Alguna vez, esta docente que soy ahora, fue una
veinteañera (en esa época no existía el término "millennials") que
ingresaba a la UBA con muchas expectativas y con no menos miedos. Miedo a
equivocarme y fracasar; a no entender de qué iban las nuevas cosas que
enfrentaba; a eternizarme en el CBC. A no encontrar mi lugar en este lugar
inmenso que es la Fadu. A no poder construirlo. Ni siquiera sabía que había que
construirlo, que depende de cada uno de nosotros. Y esto también se aprende en
la facultad.
El tiempo pasa y pasó siempre muy rápido. Me
encontré de repente en medio de la carrera, con un montón de información,
obligaciones, plazos, más obligaciones... Pero también, me di cuenta que ya
estaba en algún lugar, había construido al menos un camino y era mío, y no lo
quería dejar. No era lineal, recto, sencillo, manso (casi nunca lo es) pero
mejor así, tiene mejor sabor, no "aburre".
También encontré en el camino otros que me
acompañaban. De maneras diferentes, compusieron ese momento que fue mi época de
facultad. Estaban los pares, los dispares; los de una cátedra, los de otra; los
del bar y los de la entrada; el vendedor de cubanitos (único, te felicitaba
cuando recibías el título porque veía que entrabas bien vestido por primera vez
y con el tubo de láminas en la mano). Y entre tantos "otros" estaban
ellos: los docentes. Ad honorem, rentados, JTPs, adjuntos, titulares.
Cada uno en su rol, conformaban algo mayor que era
la Cátedra. Y cada una era un universo aparte en el que me sumergía cada día de
la semana. Era un lugar dentro de otro lugar, una porción de Fadu que sumada a
las demás daban vida a ese organismo que, para cuando yo ingresé, llevaba
apenas tres años de vida.
Ese animal que empezaba a dar sus primeros pasos
torpes en la vida académica de la UBA era el Diseño Gráfico. Le iba a faltar
bastante tiempo para ser lo que es hoy y estar preparado para dar un nuevo
paso, o un salto quizás, como es la reforma del plan de estudios que se está
definiendo.
Fueron las primeras cátedras y los primeros
docentes que iniciaron la aventura, que se animaron a la alquimia, una
presencia que le dio al Diseño sus primeras formas, su aliento inicial, sus
raíces y su fuerza. Que visionaron este presente. Y dotaron al diseño de
fortaleza y capacidad para seguir creciendo; mutar para acompañar a su época.
Esta cátedra a la que pertenezco - sí, me recibí y
el último día después de rendir el último parcial, me dije a mí misma que no
podía, no quería irme de acá-, es una de aquellas que tomó el primer riesgo y
puso toda la energía, la seriedad, el involucramiento, para consolidar nuestra
carrera, darle vida a este animal Fadu.
Su titular, Silvia Pescio, es la piedra basal y
ahora está dejando paso a los docentes que formó, a los que dió su confianza y
sabiduría después de haber cumplido un ciclo de más de 30 años al frente de la
cátedra, acompañando siempre al equipo y lidiando hasta con los detalles más
nimios de este quehacer complejo.
Un agradecimiento inmenso a una persona que siempre
se manejó con perfil bajo y con principios altos; nos cuidó tanto a docentes
como alumnos; construyó un cuerpo disciplinario que hace escuela. Con su retiro
da ejemplo de profesionalismo y corazón.
Valga esta pequeña recapitulación de una docente
más, en representación de todos los que conformamos este gran equipo que sigue
adelante y va por más!!!
25 de noviembre, 2017
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